La noche de la verdad by Albert Camus

La noche de la verdad by Albert Camus

autor:Albert Camus [Camus, Albert]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Publicaciones periódicas, Comunicación
editor: ePubLibre
publicado: 2002-11-14T16:00:00+00:00


ALBERT CAMUS

31 DE DICIEMBRE DE 1944 - 1 DE ENERO DE 1945

El decimotercer César

Nosotros, los historiadores romanos, gustamos de la objetividad. Por eso no estamos fuera de lugar en este periódico. Pero no por ser historiadores romanos dejamos de ser hombres⁠[95]. Tenemos nuestras impaciencias.

Y el señor Georges Duhamel es una de mis impaciencias. A veces me doy cuenta de que soy injusto. Pero no lo puedo evitar. El señor Duhamel me impacienta. En primer lugar porque ha publicado el libro más impacientador que haya podido escribirse sobre América⁠[96]. Ante una civilización nueva, solo ha dado con las palabras del jubilado de a pie o las amarguras del caballero en cuyos tiempos ya sabemos que todo estaba muy bien.

Me impacienta porque podemos leerlo por todos lados, porque no es modesto, porque es sentimental y su sentimentalismo carece de calidad, porque es prolijo y su prolijidad me obliga a echar de menos a Tácito⁠[97], por más que sea bien sabido que fue uno de mis competidores más serios.

El señor Duhamel, en fin, acaba de publicar unos artículos que llevan mi impaciencia al colmo. Alaba la forma de resistencia que él puso en práctica y que transcurrió, por lo visto, a plena luz, cosa que exige más valor que la modesta lucha emprendida por trescientos mil combatientes clandestinos.

Como historiador sé que no puede zanjarse nada sin la crítica de los testimonios. Pero el hombre que no dejo de ser sabe también que no hay que jugar a los héroes cuando no se ha sido más que un servidor bueno y formal y que los funcionarios no deben nunca levantar la voz más que los guerreros auténticos.

Al estudiar a los Césares de la decadencia⁠[98], he caído en la cuenta de lo que vale una virtud de la que carecían todos, y que era el pudor. Esa virtud es la que quiero recordar aquí. Aunque es de justicia añadir que mis doce Césares no dejaban de ser más amenos que el señor Duhamel, de quien definitivamente no consigo decir hasta qué punto puede llegar a impacientarme.



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